Hace muchos miles de años, cuando la humanidad vivía de lo
que la naturaleza le ofrecía y se refugiaba en cuevas a pasar la noche, durante
su ocio se fue dando cuenta que las estaciones se sucedían y repetían año tras
año acompasadas con los movimientos de los astros, que año tras año iban
repitiendo su danza ritual. El
astro rey, el sol, “señor de señores y rey de reyes” fluctuaba cada año en su
ascenso y descenso. En su punto álgido bendecía al hombre y a todos los seres
vivos con los frutos de la naturaleza, y en su descenso a los infiernos la
naturaleza se adormecía hasta morir. El carácter observador, e imitador del ser
humano como buen descendiente de los simios, pronto supo avanzarse a los ritmos
del cosmos y la naturaleza.
Así todo lo que sucedía allí arriba con los astros tenía su
equivalencia abajo en la Tierra. En esa época de los albores de la humanidad,
el ser humano se sentía uno más entre los seres animados o inanimados que
poblaban la tierra o los astros suspendidos en el cielo, su temor al creador le
mantenía, todavía, en su estado de natural inocencia. Pero su curiosidad le
hizo comer la manzana del árbol de la ciencia, del bien y del mal. Su continua observación de los ritmos del
cosmos le permitió prever, anticiparse a lo bueno y a lo malo. Y se dio cuenta
que su conocimiento lo elevaba sobre el resto de las criaturas de la tierra.
Esa observación del cosmos y los astros, las estaciones y los
años, conjugada con su imaginación le llevó a narrar la danza cósmica y los
ritmos naturales en una epopeya en la que participaban astros, plantas, bestias
y hombres, cada uno con su ánima. Así empezó el hombre a narrar aquello que
observaba y nacieron los mitos al personificar los astros y sus vaivenes en
dioses a imagen y semejanza de los hombres y mujeres. Y el sol, el astro rey, fue “señor de señores
y rey de reyes”, padre que alimenta, dador de luz y vida.
El sol, el señor, acompañado de las doce constelaciones, que rigen cada uno de los 12 meses del año, al llegar a su punto más bajo, en su declive tras recorrer cada una de las constelaciones moría simbólicamente para renacer tras permanecer tres días ocultándose en el mismo punto del horizonte. El solsticio de invierno tiene lugar en ese momento. El sol renace para ir creciendo hasta su punto más álgido a finales de junio, en el solsticio de verano. Así se empezó a narrar la historia de un dios, un rey, un mesías, esperado cada año y anunciado por los siglos de los siglos. Como todo nacimiento se festejó, y se festeja, con alegría y abundancia. Así pues, tratándose de dios y del mismo hijo de dios, nacido sin pecado, se fue fraguando mito para unos, historia sagrada para otros, humanizando los personajes del gran drama cósmico que se desarrolla constantemente.
Miquel Nicolau Preto Fernández
El sol, el señor, acompañado de las doce constelaciones, que rigen cada uno de los 12 meses del año, al llegar a su punto más bajo, en su declive tras recorrer cada una de las constelaciones moría simbólicamente para renacer tras permanecer tres días ocultándose en el mismo punto del horizonte. El solsticio de invierno tiene lugar en ese momento. El sol renace para ir creciendo hasta su punto más álgido a finales de junio, en el solsticio de verano. Así se empezó a narrar la historia de un dios, un rey, un mesías, esperado cada año y anunciado por los siglos de los siglos. Como todo nacimiento se festejó, y se festeja, con alegría y abundancia. Así pues, tratándose de dios y del mismo hijo de dios, nacido sin pecado, se fue fraguando mito para unos, historia sagrada para otros, humanizando los personajes del gran drama cósmico que se desarrolla constantemente.
Miquel Nicolau Preto Fernández
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