Tras la breve descripción anterior sobre la evolución del estado español desde la edad Media hasta la actualidad, descrita en el post anterior, podemos deducir que en España han coexistido tres paradigmas constitucionales: el foral, el pactista y el autoritarismo-centralista.
De este modo, el paradigma foral tuvo y tiene, todavía, su implantación en los territorios de la nación vasca. Las provincias de Vizcaya, Guipúzcoa, Alava y Navarra mantienen un régimen foral que, con altibajos, se ha mantenido desde finales de la edad Media. Lo que les ha permitido gozar de una gran cohesión social, garantizar una hacienda própia (base del poder político moderno) y por ende dar lugar a una burguesía comercial e industrial base de un progreso económico y político equiparable a la Europa occidental.
Por otro lado el paradigma pactista, desarrollado en los territorios de la antigua corona catalano-aragonesa, colapsará con la guerra de sucesión y la borbonización de la corona española, al quedar derogadas por los correspondientes decretos de Nueva Planta sus respectivas constituciones, fueros y privilegios. No obstante perduraran ciertos elementos del derecho civil en algunos de los territorios, así como un recuerdo colectivo de las libertades forales y sus instituciones, manteniendo viva, a pesar de todas las prohibiciones sobre ella, la lengua catalana. El aragonés terminará por ser asimilado por el castellano, salvo en los valles pirenaicos.
El tercer paradigma, el que se impuso al resto, heredero de la línea visigótica, es el autoritario-centralista de la monarquía castellana. Los reyes castellanos fueron laminando el poder de sus cortes hasta convertirlas en mero adorno de la monarquía en los albores de la edad Moderna. El poder del monarca se asentó sobre una corte nobiliaria clientelar donde el poder político y las responsabilidades administrativas no recaian en los más aptos sinó en los que conseguían el favor real a cambio de sostener a la monarquía.
Estos tres paradígmas o modos de entender las relaciones de poder, a pesar del devenir histórico y político de España, no han desaparecido del imaginario colectivo y, todavía hoy, son la base de las diferentes maneras de entender la realidad política y social de España.
De este modo el nacionalismo, más castizo, se basa en una concepción unitarista, centralista y castellana de la historia de España, de su cultura, lengua e idiosincrasia, muy a la par con el nacional-catolicismo del régimen fascista o con las moderneces políticas de principios del siglo XXI.
El talante vasco-navarro más bipolar, con una visión hacia adentro contrapuesta con su actuación hacia afuera, con la única pretensión de mantener su regimen foral. És decir la gestión de sus impuestos, por tanto de sus recursos. Y permisivo con lo que puediera suceder hacia afuera (el resto de España).
Por contra, la realidad de las cuatro regiones orientales (Aragón, Catalunya, Valéncia y Baleares) han mantenido siempre vivo un afan de autogobierno y de pervivéncia de su cultura y lengua, excepto esto último en la asimilada Aragón. Su carácter marítimo (excepto Aragón) permitió el mantenimiento de una burguesía comercial, y luego industrial, que se miró más en los espejos de París o Londres que en los de Madrid, perdiendo su independencia tras la guerra civil.